La culpa es de Lendoiro

Augusto César Lendoiro. EFE

Sí señoras y señores. Augusto Cesar Lendoiro y su consejo tienen la culpa de la infinita decepción que vivimos los deportivistas en este momento.

Si él no hubiese sido el presidente del Deportivo, seguramente nunca habríamos disfrutado de los seis títulos (ahora siete gracias al inmenso trabajo de investigación del historiador y periodista Rubén Ventureira), ni de las noches europeas de Champions. Seguiríamos siendo un equipo ascensor. La comparsa de los grandes de cualquier categoría en la que compitiésemos. Pero claro. Un día, cuando todo parecía que llegaba a su fin, emergió su figura (y la de varios experimentados de los clubes modestos de A Coruña) y la historia cambió por completo. Ese consejo de administración, conocedor hasta la médula el mundo del fútbol, supo tomar las decisiones adecuadas para elevar al club al altar de los grandes hasta hacerlo campeón de Liga, una distinción que solo poseen nueve entidades en España.

Lendoiro junto a Fran con la Copa del Rey conseguida por el Deportivo | goal.com

El mayor éxito que lograron, además del futbolístico, fue que supieron inocular en la afición el germen de la victoria. La idea de que se podía competir de igual a igual con los más grandes del Reino y sus alrededores, y que además se les podía vencer. Ese sentido de pertenencia y el amor incondicional a unos colores es el gran legado. Desde hace treinta años ser blanco o azulgrana en A Coruña dejó de ser la opción dominante. Aquellos niños y jóvenes de entonces son ahora padres orgullosos de hijos apasionados por el Deportivo.

Y el hecho de tratar de tú a tú a los históricos continentales durante tanto tiempo trajo aparejado el convencimiento de que ese era nuestro lugar y nuestra eterna realidad. Es verdad que para llegar a esos niveles fue necesario endeudar el club. Pero no es menos cierto que los poderes políticos, económicos y mediáticos de A Coruña le dieron la espalda a la gestión de Lendoiro. Pocos apoyaron y muchos criticaron. Y pese a quien le pese, los señores de ese consejo fueron los responsables de poner a la ciudad en el mapa mundial. Algo que casi nadie valoró por estas tierras como era menester. Por aquí, donde todo depende y donde nadie sabrá jamás si subimos o bajamos, hay una decena de caballeros que se reparten todos los pasteles, mientras la mayoría se tiene que buscar la vida y aprovechar las migajas que descartan.


RCD

Todos ellos, que solo elogian sus propios éxitos, apostaron por el fracaso de Lendoiro y compañía hasta el punto de lograr apartarlos del club. Y tras su marcha comenzó la cuesta abajo hasta encontrarnos en estos lodos subterráneos de los que deseamos salir, pero que los que mandan no saben cómo sacarnos. Los sucesores de Lendoiro centraron sus esfuerzos en la deuda (similar a la de otros clubes históricos, pero a quienes las instituciones municipales y autonómicas sí apoyan porque saben de la importancia de un equipo en la élite) y no en la parcela deportiva. No comprendieron que sin éxitos deportivos no hay subsistencia financiera. Así fuimos cayendo hasta que Abanca decidió cobrar su parte haciéndose con el control. Entonces pasó lo que tenía que pasar. Los zapateros en lugar de seguir con sus zapatos, creyeron que podrían llevar adelante un club de fútbol como si la tarea fuese para cualquiera. Y ahora ya no son capaces ni siquiera de decidir qué hacer o no hacer para contentar a decenas de miles de socios y aficionados que sufren la inoperancia y la falta de conocimientos de los elegidos para gobernar.

En el último lustro, el Deportivo ha bajado dos categorías y lleva tres años en la tercera división del fútbol español. Por eso los incansables seguidores (que cada temporada renuevan religiosamente su carnet con la ilusión y la esperanza de que todo vuelva a ser como era entonces) han perdido la paciencia. El pedido de dimisión a Óscar Cano el pasado sábado fue la primera muestra gratis de que la afición está hasta el gorro de tanta mentira y tanta ineptitud. Si las cosas no cambian y se consigue el objetivo del ascenso, los próximos en escuchar las voces disonantes de la grada serán algunos de los ocupantes del palco, los que cobran de los propietarios. Tal vez entonces Abanca se ponga manos a la obra, confíe en gente de fútbol (sobra en Galicia) y de por finalizada la etapa de los aprendices y becarios aventajados. Tal vez si eso ocurre, volvamos al espacio que supimos conseguir, por culpa de Lendoiro y su consejo, y que nunca debimos abandonar. Quizás también recuperemos el calor y el color de esas míticas veladas futboleras. Y que Augusto Cesar Lendoiro ocupe definitivamente el lugar que le corresponde pasando a la historia como el mejor y más exitoso presidente del R.C. Deportivo.

PD. Arsenio. Maestro. Gracias por tanto. Descanse en paz.

Por Carlos Voto